miércoles, 15 de abril de 2009

La realidad de las cosas, que cosas no?









CABECHA: PASEO TURISTICO VS. BORRACHERA DE JUEVES

Paul Medrano | México | 1977

“-=][EL Jueves Pozolero K Shido no...x)][=-“

“Tema pirata a según qué es anónimo, al seguir indagando me encuentro que si lo tiene, el arriba mencionado aqunque realmente aún así es está Ciudad, bueno es mi primer blog espero hacer las cosas mejor”

I

Los que saben (que conste que yo no sé ni madres) dicen que Chilpancingo tiene dos cosas buenas: la salida a México y la que va rumbo a Acapulco.

Y es que en verdad no hay mucho que visitar. La capital mundial del pozole tiene dos museos, 3 teatros (entre todos se ofrecerán cuando mucho 5 funciones al año), restaurantes para yuppies provincianos, bares mamilas con ansias de transformarse en discotecas, cines con películas de estrenos paleolíticos, franquicias de comida rápida (factor por el que muchos ciudadanos se consideran como de primer mundo), centros comerciales de precios cósmicos, pero eso sí: un extenso surtido y variedad de congales, tugurios y night clubs (puteros, pues).

Vamos por partes. El lector que llegue (sea de norte a sur o viceversa) a Chilpo —como le decimos de cariño— tendrá una perspectiva de culo del mundo, o sea, dos partes: la derecha y la izquierda.

Daremos una explicación: para quienes se dirijan al bellopuerto (léase Acapulco), les diremos que del lado izquierdo se encuentra lo que pretende ser el Centro de la ciudad (zona donde está el zócalo y ya: no hay más). Del lado derecho no hay nada (turísticamente hablando, a menos que sea aficionado a los miembros del Ejército Mexicano, colonias populares y anexas). Si usted va hacia el DF, retome las instrucciones al revés.

Pero (helo aquí, como siempre), el camino que afortunadamente parte en dos a la ciudad, el llamado burdelbard, ese es el punto más atractivo de la ciudad.

Su verdadero nombre es bulevar Vicente Guerrero (ignoro si al tata Chente le gustaba el arrabal) y mide aproximadamente 4 kilómetros. Dicho tramo se encuentra sembrado de sitios de mucho interés en materia sexual. Aquí podrá encontrar de todo: putas, putos, drogas, alcohol, desmadre, inmoralidad y vibra bastante pesada.

Anuncios de “El castillo de la Fantasía”, “Oasis”, “Faraón”, “Gela”, “Aristeos”, “Casa Mónica”, “Elis”, “Ritmo de la Noche”, entre otros más, son orgullosos anfitriones de este pasillo nocturno chilpancingueño.

Contrario a lo que se piensa, Chilpancingo posee una sociedad moralina, de esa que acude todos los domingos a misa, pero que llegando la noche, saca esa personalidad oculta: la del divertimento sexual, sin importar que se busque en bares, discotecas, el zócalo o el bulevar.

Quienes se sientan intrépidos turistas y se internen en las callejuelas de la capital del estado, serán testigos de contrastes que son el punto de interminables discusiones entre la llamada clase intelectual de por estas tierras.

Los que defienden lo estrecho de sus calles, arguyen que Chilpancingo, a pesar del paso del tiempo, conserva rasgos de ese tradicional pueblo que fue durante mucho tiempo. También se justifica el hecho de que haya tradiciones —mismas que rayan en la manía— más negativas que productivas, como la del Jueves Pozolero.

Efímera ilustración del Jueves Pozolero: consiste en salir de trabajar lo más temprano posible e irse a recluir a una pozolería durante el resto de la tarde. Antes, la víctima debe prepararse psicológicamente para ingerir todo tipo de alimentos ricos en lípidos, triglicéridos y colesterol. Primero las botanas: tacos dorados, tostadas, chalupas, patitas y carnitas de puerco, chiles capones (jalapeños rellenos de queso, requesón, crema y cebolla). Después, el pozole acompañado de aguacate, rajitas, cebolla, sardinas, huevo, chicharrón, doradas. Antes, durante y después de la comilona, se deberá ingerir grandes cantidades de etanol en forma de mezcal, cerveza o lo que sea, el chiste es atarantarse para de ahí, irse de antro.

II

Y como tal aquí estamos. Cuatro güeyes (sin contarme): el Nacho, el Cubis, Néstor y Omar. Dos morras: Lupe y Liz. Todos dispuestos a divertirnos como lo estipula el tradicional Jueves Pozolero: una rara costumbre que religiosamente exige ponerse hasta el güevo cada jueves, con el inocente pretexto de ir a comer pozole.

Resulta que a Lupe le interesa conocer los templos del table dance, no sé si para informarse sobre algo o de mera curiosidad femenina. El chiste es que ya llevamos entre pecho y espalda: una botella de tequila, una de vodka, 5 caguamas, dos cubetazos de cerveza, 2 caribes, 3 cajetillas de Camel y unos dos kilos de botana.

Como se supone que yo coordinaré la visita a los congales de marras, propongo calentar motores en el Híldaros. Dos horas después ya hemos acudido a El Quijote, Las Coronitas, Coronelas, la Casa del Abuelo y La Máscara, todos ellos, bares de visita obligada para todo aficionado a los placeres hedonistas.

Ya picados sugiero ir al congal. Escojo uno: El Faraón, ¿la razón? No la sé a ciencia cierta, quizá el nombre, o a lo mejor porque es el más cercano.

Dejamos el coche a unos metros de la entrada y bajamos con una jeta evidentemente beoda. Luego de pasar por una revisión (que más parece torteada) atravesamos unas gruesas cortinas de terciopelo rojo y ahí está —no, no es La Puerta de Alcalá—: es una chava bailando Nothing Else Matters alrededor de un tubo. Porta una ultrachiquifalda blanca y una blusa de igual color. Si bien su cuerpo no es escultural, resulta más cómodo de ver que muchos que miramos en el trabajo, el zócalo o la disco.

Un amable y atento mesero nos lleva a una mesa. Toma nuestro pedido y, presuroso, regresa para poner nuestro primer cubetazo de cervezas. De reojo mira a nuestras acompañantes —quienes tijerean con ganas la vestimenta de la teibolera: al fin mujeres— y se aleja no sin antes pronunciar el clásico “¿se les ofrece algo más?”

III

Bien. A excepción de la plaza cívica primer Congreso de Anáhuac (nombrada así porque en este lugar el generalísimo José María Morelos y Pavón instaló dicho congreso y redactó los Sentimientos de la Nación; hoy sólo sirve para realizar plantones y albergar globeros, payasos y vendedores de frituras), todo el primer cuadro de la ciudad —algunos optimistas lo llaman “centro histórico”— se conforma por calles de un solo sentido y aceras en donde únicamente cabe una persona. Se pueden encontrar diversos negocios que van desde boutiques, hasta peluquerías, pasando por restaurantes, farmacias, florerías, papelerías, abarrotes, juguerías, pastelerías, etc. A la par, infinidad de vendedores ambulantes ofrecerán productos netamente campiranos: cazuelas y ollas, frutas de todo tipo, tortillas echas a mano, tamales, elotes asados, aguas frescas, tepache, pan y demás artesanía culinaria.

Por las noches, un solitario Zócalo a media luz (puesto que el alumbrado público es deficiente) es el escenario ideal para los encuentros entre homosexuales, quienes no encontrando un espacio dentro de una sociedad tan moralina como la chilpancingueña, poco a poco, han ido tomando este espacio como suyo, tanto así, que hoy a ningún varón se le ocurre citarse en ese lugar.

Esto sale a colación, porque si el visitante tiene la osadía de irse a sentar a una banca después de las 12 de la noche, tendrá que lidiar con un enjambre de mariposas de todo color, tamaño y clase social.

IV

El lugar es amplio, de forma rectangular. La decoración es más guarra que la casa de la Familia Peluche: piso con color tablero de ajedrez, paredes moradas con vivos fosforescentes, luces de todo tipo, mobiliario blanco de tapizado rojo y, además, una gran afluencia de briagos que de vez en vez, nos miran, quizá preguntándose ¿de dónde sacarían estas putas?

Volviendo a Samantha —así se llama la encueratriz—: se quita la falda de un santiamén (dejándose una delicada tanga blanca con una imagen de la Pantera Rosa) y restrega su trasero en el tubo, mientras tanto, se sube lentamente la blusa y sostiene entre sus manos un par de tetas voluminosas, dejando escapar entre el índice y corazón, unos tímidos y bellos pezones rosados.

Inevitablemente me asalta una erección. Miro a las tipas que nos acompañan e intento comparar las tetas de Samantha con las de una de ellas: sin pensarlo, volteo de nueva cuenta a la pista. La bailarina termina su actuación sin quitarse los choninos de la Pantera Rosa. Se escuchan aplausos, “¡mamacita!”, “¡queremos ver pelos!”, “¡mucha ropa!”, “¡ese culo quiere verga!”, y chiflidos de todo tipo.

“Muy bien, amigos, ella fue Samantha. Aquí el show es continuo y recuerden que entre más aplausos, menos ropa” se escucha por el sonido, mientras empieza a sonar una cumbia.

Por 10 pesos, uno puede bailar con la chica que desee (menos las que llevamos, claro) y si uno se pone buzo, se puede agasajar con una torteada monumental que bien puede poner a babear al ganso.

V

Si el visitante se siente intelectual, lamentamos avisarle que aquí no hay Samborn's donde pueda disertar sobre la visceralidad de Nicanor Parra o la levedad de Antonio Porchia.

A su vez, quienes esperen encontrar un lugar nice, propio para gente in, craso error: lo más cool que tenemos son unos restaurantes que bien podrían pasar como un Vip's, pero en versión más folclórica.

Los trasnochadores podrán interesarse en las discotecas de moda, pero con el riesgo de que a la segunda vez que asistan, se volverán a encontrar a los mismos asistentes, la misma música y los mismos borrachos de al lado.

Para los que busquen incrementar su acervo cultural, tendrán a su disposición dos museos: el Museo La Avispa (que es como la centésima parte de El Papalote) y el Museo Regional (bello edificio histórico imperdonablemente desperdiciado en oficinas). Las dos visitas no llevan más de 2 horas, incluyendo el trayecto de un recinto a otro.

En el zoológico caen avionetas (en serio), poniendo en riesgo la integridad de los visitantes —y los animales, por supuesto—; los semáforos son instalados por corazonadas, por tanto, que no le espante encontrarse uno a 5 metros del otro; el transporte público resulta una amenaza latente; que no lo engañen con el cuento de que la Feria de Navidad es una chingonería; preste atención de no abollar alguna vaca, caballo o perro que circule por las avenidas y sobre todo, bajo ninguna circunstancia permita que un policía se le acerque.

Aquí no hay parques de juegos mecánicos. Ni gigantescas salas de cine. Ni aeropuerto. Ni políticos honestos. Ni EZLN. Ni jorgecampos por racimos. Tampoco hay cocos, playa, negros (o negras, según sea el caso) y menos aún: gringos.

VI

Una hora y media después el cuadro es distinto: llevamos 5 cubetazos y dos cajetillas de Marlboro blanco; Nacho y Néstor ya se fueron; las chavas están pedísimas, Lupe —quien está a mi lado— lleva 5 minutos frotándome el pene que, erecto, hace el intento de romper mis pantalones; las otras dos llevan cuarenta minutos intentando conseguir Fabuloso (ese que hace feliz a tu nariz); Samantha amamanta a mis dos camaradas —uno en cada teta— y la gente de El Faraón está hasta la madre.

Por fin consiguen dos grapas de coca. Voy al baño a polvearme, pues el efecto alcohol ya es bastante grueso. A la entrada del WC se lee: “Toda persona que sea sorprendida consumiendo cualquier tipo de droga, será turnada a las autoridades correspondientes”, le hago una seña obscena y me meto dos medidas de la llave de mi departamento.

En 5 minutos estoy como nuevo, con los ojos a todo lo que dan y una carraspera muy común después de esnifar polvo.

Camino a mi mesa me encuentro con Lupe y Liz. Su estado ha mejorado notablemente: el único pedo es que aspiran como si estuvieran a punto de resfriarse.

Sobre nuestra mesa hay una botella de güisqui con nombre de equipo de fútbol. “¿Cómo la ven? Esta la invito yo”, dice Samantha sentada en las piernas de Omar, quien le soba las tetas por debajo de la blusa.

Tomo mi lugar, y de nueva cuenta, siento la mano inquieta de Lupe tocar mi pene. Dejo que mano y pene se conozcan un poco más: abre la bragueta y saca mi miembro que desde hacía rato quería salir, ambos juguetean un rato por debajo de la mesa, hasta que propongo salir de ahí para irnos a otro lugar.

No lo digo dos veces y en 10 minutos vamos camino a mi departamento. Al llegar, Samantha se mete al baño con Omar. El Cubis se queda con Liz en la sala. Tomo la mano amiga de mi pene y me dirijo a la recámara al tiempo que digo “buenas noches”.

9:00 horas. El dolor de cabeza martillea mi cabeza. Salgo para buscar algo refrescante en la cocina. En el sofá están Omar y el Cubis con cara de pocos amigos. “Samantha es hombre”, dice el primero con voz apagada. “Yo no pude hacer nada con Liz: es lesbiana. Cuando Samantha salió del baño se la llevó”, dijo el otro.

Yo tampoco hice nada: el condón está cerrado: se me durmió el caballo.

VII

Así, después de lo anterior, tómese una foto en el zocalito y trepe a su auto. Cuando vea el anuncio “México D.F.” o “Acapulco”, sentirá una placentera sensación de alivio. Los chilpancingueños de pura cepa afirman que aquella persona que tome té de toronjil (brebaje ampliamente superado por el de manzanilla, hierbabuena o canela) acompañado de una cemita (pieza de pan bastante pesado) jamás se irá de esta ciudad.

Extreme precauciones para no beber el té en cuestión, no vaya a ser la de malas que se quede en Chilpancingo, que según los sabios, tiene dos cosas buenas: la salida a México y la que va rumbo a Acapulco.

© Paul Medrano

****:-Por razones de seguridad el autor de este interesante reportage prefiere mantenerse como anonimo............!i*

JAJAJAJAJA.........=P

*..Fuente:- "Anonima"..Derechos reservados..2006...=)

**..Nota.: Ni un perro, vaca, o cualkier animal fue lastimado en este reportaje; a ecepxion de unos cuantos moskitos k se kedaron pegados en el parabrisas...x)

-=][Tiestomaniako][=-

© 2006. Centro Nacional de Desarrollo Intelectual,****

Lo último es del supuesto anónimo sabe si sea el mismo, a pesar de que ya tiene muchos ayeres este escrito es una mera realidad para que nos hacemos pendejos

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